La luz de la casa Batlló
Antoni Gaudí entendía que la arquitectura resulta de la ordenación de la luz y que la deseada armonía del edificio, resulta de la misma.
Ajeno a las críticas en la época, donde los barceloneses y vecinos del Passeig de Gràcia catalogaban la obra como “casa de los huesos” o “casa de los vostezos”, Gaudí supo demostrar destreza en el detalle.
Dicha maestría se aprecia en la toma de ciertas decisiones, como la de generar aperturas más pequeñas en los pisos superiores; y más grandes, en las inferiores. Contrario a una idea de jerarquía social, donde los pisos superiores se destinaban a los inquilinos más ricos, primaba el control de la luz de día, el confort y la ventilación adecuada.
Otro gran ejemplo de cuidado de los detalles se encuentra en el patio común donde, con un tratamiento cromático, se consigue un equilibrio de luz y un efecto cascada (en honor al gran referente de Gaudí, la naturaleza). Como resultado, el visitante puede apreciar las formas de las baldosas, el color y la entrada de luz como un todo. Algo que cuesta encontrar en edificios actuales, donde todo es homogéneo, y donde no cabe el tratamiento de materiales y aperturas según la orientación de los apartamentos.
Como añadido, en la azotea, los colores utilizados en “el trencadís” (técnica que resultó de un accidente) están dispuestos de forma que la incidencia del sol genera diferentes ambientes a lo largo del día. Incluso, el escenario se aprecia cambiante según la estación del año.
Así pues, el arquitecto, a pesar del contexto modernista, queda ilustrado como un maestro entre lo simbólico y lo práctico. Lo funcional y lo decorativo.